abril 27, 2021

Pedro García Ruíz Espiga: “Si nos preguntamos qué podemos hacer para reducir la probabilidad de tener Párkinson, la respuesta es clarísima: hacer ejercicio”

El día 11 de abril se celebra el Día Mundial del Párkinson, enfermedad neurodegenerativa que afecta a decenas de miles de personas en España. Con más de treinta años de experiencia profesional en Párkinson y otros trastornos del movimiento, el neurólogo Pedro García Ruiz Espiga, conoce bien esta enfermedad. En la actualidad García Ruiz Espiga es Jefe Asociado de Neurología de la Fundación Jiménez Díaz y Coordinador de la Unidad de Trastornos del Movimiento en el Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz. Además, es profesor asociado en la Universidad Autónoma de Madrid. Hemos hablado con el Dr. García Ruiz Espiga para conocer cuáles son las características principales de la enfermedad de Parkinson, cuál es el papel de los genes en su desarrollo y cómo se puede prevenir su aparición. ¿Cuáles son las principales características de la enfermedad de Parkinson? El Párkinson es la segunda enfermedad neurodegenerativa más frecuente, detrás del Alzhéimer. Suele comenzar a partir de los 50 o 60 años y afecta a una proporción importante de la población a partir de los 80 años. Se caracteriza por el deterioro de funciones motoras. Casi todos los movimientos automáticos que hacemos como andar o manejar las manos están afectados. Con el paso del tiempo tienen dificultad para moverse, girarse en la cama, vestirse…actividades elementales. No necesariamente hay temblor. Se caracteriza por la torpeza motora y la dificultad para hacer movimientos rápidos. ¿Es hereditario el Párkinson? La enfermedad de Parkinson se consideraba no hereditaria hasta los años 90. A partir de entonces se empezaron a detectar familias con más de una persona con enfermedad de Parkinson en las que la enfermedad pasaba de padres a hijos o en varias generaciones, lo que apuntaba a que podía ser hereditaria. Posteriormente, los estudios con gemelos estimaron que había cierta carga genética, especialmente en aquellos casos de inicio temprano, en los que el Párkinson se presentaba a los 30 o 40 años. A partir de ahí, empezaron a buscarse genes implicados y se encontraron algunos, como el gen de la sinucleína o el gen de la parkina. Además, se confirmó que era frecuente que los individuos que tenían Párkinson de inicio precoz con inicio antes de los 50 años era frecuente que tuvieran Párkinson hereditario. ¿Qué proporción de casos son hereditarios? En la actualidad se considera que aproximadamente un 10% de los casos de Párkinson son hereditarios. No obstante, hay que destacar que no se conocen todos los genes implicados y la proporción de Párkinson hereditario podría ser algo mayor. ¿En qué casos se sospecha de un caso hereditario? Sobre todo, cuando la enfermedad empieza pronto, antes de los 40 o 50 años. Estos casos, además, son la población diana a la hora de realizar estudios genéticos dirigidos a identificar nuevos genes relacionados con la enfermedad. ¿Cuántos genes relacionados con el Párkinson se han identificado hasta la fecha? Se conocen entre 12 y 15 genes implicados, aunque los más frecuentes y los que concentran el foco de la investigación en Párkinson son el gen de la parkina, el de la dardarina, el gen de la sinucleína y el gen de la glucocerebrosidasa. ¿Qué ha aportado la genética en el conocimiento de la enfermedad? Se sabe que muchos de los genes implicados en el Párkinson actúan en el transporte axonal o a nivel de la mitocondria. Esta información es importante porque sugiere qué mecanismos actúan en la enfermedad de Parkinson y cuáles pueden ser futuros tratamientos. Por ejemplo, se sabe también que cuando falla el mecanismo de eliminación de proteínas mal plegadas se acumulan proteínas tóxicas. Las neuronas dopaminérgicas son especialmente sensibles a alteraciones en estos mecanismos. Tienen axones muy largos y están sometidas a mucho estrés por lo que cualquier disrupción en transporte axonal u otros mecanismos asociados a la enfermedad puede comprometer su función más fácilmente. ¿Qué papel tiene este conocimiento de las bases genéticas de la enfermedad para la práctica clínica y para los pacientes? Para la práctica clínica no hay un efecto inmediato, aunque sí puede haberlo a medio plazo. Conocer genes y saber dónde actúan proporcionan pistas sobre cómo atacar a la enfermedad. Por ejemplo, si sabemos que un gen actúa específicamente en el transporte axonal se pueden buscar sustancias que mejoren o protejan el transporte neuronal. O si se tienen genes que afectan a una determinada función de la mitocondria, se pueden buscar qué fármacos ayuden a la mitocondria a protegerse. Por otra parte, el conocimiento de la genética de la enfermedad nos permite dar consejos a personas portadoras de mutaciones. Antes se pensaba que no se podía hacer nada y que, si una persona tenía una enfermedad genética degenerativa, como un portador de mutaciones en el gen de la parkina, no había nada que hacer. Sin embargo, hoy en día sí se conocen tratamientos no farmacológicos que pueden influir en la aparición de la enfermedad. No es lo mismo una persona pasiva que no hace nada de ejercicio físico que una persona activa. Se sabe que las poblaciones que realizan un ejercicio continuado tienen la mitad del riesgo que las poblaciones más pasivas. El ejercicio es muy importante. Obviamente, depende de la edad, pero es muy importante. Hoy en día se sabe el mecanismo por el que el ejercicio nos protege de la neurodegeneración. Se liberan factores neurotróficos que ayudan a que las neuronas más frágiles se protejan. El tratamiento no farmacológico es esencial. ¿Es posible estimar el riesgo a desarrollar la enfermedad? Todos tenemos un riesgo medio de alrededor del 1% a partir de cierta edad. Si además hay alguna persona en la familia que haya comenzado con la enfermedad antes de los 50 años ese riesgo aumenta. Si consideramos una persona que presenta un riesgo genético a tener Párkinson, ¿es posible prevenir la enfermedad? Si nos preguntamos qué podemos hacer para reducir la probabilidad de tener Párkinson, la respuesta es clarísima: hacer ejercicio. El ejercicio que cada uno quiera: tenis, squash, golf, bicicleta. Lo importante es no quedarse en casa viendo la televisión. Y si se trata de una persona joven mucho más. Somos responsables de nuestra salud futura. La forma de afrontar nuestra vida es muy importante. La sociedad nos impulsa a una vida más pasiva. Hay que luchar contra eso y ser activo cognitiva y físicamente. ¿Hay características clínicas concretas de la enfermedad asociadas a determinadas mutaciones o genes? No hay ningún síntoma que separe el Párkinson hereditario del no hereditario. La única diferencia es la edad de aparición. No obstante, la enfermedad de Párkinson tiene la rara característica de que cuanto antes comience la evolución es mejor. ¿Puede ser porque las personas jóvenes todavía tienen plasticidad para responder a los daños de la enfermedad? Esa es una de las posibilidades. Una persona mayor que comienza a tener una enfermedad neurodegenerativa tiene menor plasticidad que una persona joven. ¿Qué cuestiones quedan pendientes de resolver? Hasta ahora contamos con tratamientos sintomáticos muy efectivos. Ojalá tuviéramos algo similar para el Alzhéimer. Ahora mismo, para el Párkinson nos falta un fármaco neuroprotector que proteja y a ser posible revierta los síntomas. Por ejemplo, hay varios estudios dirigidos a limpiar la acumulación tóxica de sinucleína en las neuronas. Si dispusiéramos de este tipo de fármacos neuroprotectores sería de gran utilidad, especialmente, si se puede estimar quién está en riesgo a tener la enfermedad. Esa es la esperanza en los próximos cinco años. Ahora mismo solo podemos recomendar cambios en la forma de vida.

El papel de la herencia neandertal en la respuesta a COVID-19

Pese a que los neandertales se extinguieron hace alrededor de 40000 años, parte de su legado genético, una pequeña fracción de genoma neandertal, derivada del contacto reproductivo de los neandertales con los humanos modernos, sigue presente en el genoma de muchas personas de origen euroasiático. Esta herencia neandertal, que puede suponer entre un 1,5 y un 4 por ciento del genoma, tiene un impacto en la biología de los humanos actuales: algunas de sus variantes se han relacionado con enfermedades de la piel, la tolerancia al dolor, un mayor riesgo a tener depresión…y también con la respuesta a la infección con el coronavirus SARS-CoV-2. La imagen completa del papel de la herencia neandertal en la respuesta a COVID-19 no se conoce todavía. Los primeros datos apuntan a que la influencia neandertal en la infección causada por SARS-CoV-2 es compleja y no siempre en la misma dirección, lo que implica que algunas variantes de origen neandertal podrían influir negativamente sobre el curso de la enfermedad y mientras que otras tienen un efecto protector. neandertal COVID19 La herencia genética neandertal influye en la aparición de diferentes enfermedades. Ahora, diversos estudios analizan su impacto en la progresión de COVID-19. Imagen: Reconstrucción de neandertal en el Museo de Historia Natural de Londres. Paul Hudson, CC BY 2.0 (https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/). Herencia genética neandertal asociada a COVID-19 más grave Las primeras evidencias de una posible relación entre variantes genéticas heredadas de los neandertales y la respuesta al coronavirus fueron presentadas por Hugo Zeberg y Svante Pääbo, investigadores del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, en un artículo publicado el pasado octubre en Nature. Los investigadores encontraron que una región del cromosoma 3 asociada a una mayor gravedad de la COVID-19 se parecía más a los genomas neandertales de referencia que a los genomas de humanos modernos y estimaron que el bloque de variantes genéticas (lo que se conoce como haplotipo) podía tener un origen neandertal. Además, calcularon que cada copia del haplotipo neandertal duplicaba el riesgo de sus portadores a necesitar cuidados intensivos tras ser infectados con SARS-CoV-2. El artículo, proporcionaba un contexto evolutivo a parte de la influencia de los genes en la respuesta al virus y contribuía a explicar algunas diferencias poblacionales en la respuesta al virus. No obstante, no permitía obtener un mecanismo concreto sobre cómo podía influir esa parte del genoma en la respuesta al coronavirus y tampoco permitía especificar si se trataba de un efecto exclusivo de la infección por coronavirus o si se trataba de una relación más general con la respuesta a infecciones víricas. Herencia genética neandertal asociada a una reducción del riesgo a COVID-19 grave Más recientemente, los mismos investigadores describen en la revista PNAS un haplotipo neandertal en el cromosoma 12 relacionado con un menor riesgo a desarrollar COVID-19. El equipo investigó si diferentes regiones del genoma identificadas su potencial influencia sobre el riesgo a la enfermedad incluían fragmentos de ADN neandertal y encontró que la región del cromosoma 12, asociada a tener formas más graves de COVID-19, retiene variantes de origen neandertal. En este caso, la presencia de cada copia de haplotipo neandertal reduce en un 22% el riesgo de necesitar cuidados intensivos tras ser infectado con el coronavirus SARS-CoV-2. La región de interés del cromosoma 12 contiene 3 genes OAS1, OAS2 y OAS3, que codifican para enzimas relacionadas con mecanismos celulares de respuesta a los virus de ARN. En este contexto funcional, los investigadores han planteado que las versiones de los genes producidas por el haplotipo neandertal son más eficientes y facilitan una mejor respuesta inmunitaria tras la infección por el coronavirus, un virus de ARN. Interesantemente, la frecuencia del haplotipo de origen neandertal ha aumentado en Europa y Asia durante el último milenio, de forma que en la actualidad está presente en cerca de la mitad de las poblaciones que viven fuera de África. Los investigadores plantean si podría haber sido seleccionada positivamente debido a su implicación en la respuesta frente a infecciones. “El aumento en la frecuencia de esta variante neandertal protectora sugiere que podría haber sido beneficiosa también en el pasado, quizás durante otros brotes causados por virus de ARN”, señala Svante Pääbo. Efecto protector mediado por la variante neandertal del gen OAS1 Un estudio dirigido por la Universidad de McGill de Montreal y publicado en Nature Medicine aporta nuevas evidencias del papel protector frente a COVID-19 de la variante neandertal del gen OAS1, localizada en el cromosoma 12. En este caso el objetivo de los investigadores era combinar información genética con los niveles de proteínas circulantes en sangre para identificar posibles proteínas relacionadas con la progresión de COVID-19. El equipo analizó la variación genética en más de 14 000 personas infectadas con SARS-CoV-2 y más de un millón de controles y estudió los niveles de más de 900 proteínas en sangre, previa la infección. Los investigadores observaron que la mayor concentración de isoforma neandertal OAS1 o OAS1 total, previa a la infección, tiene un papel protector en el contexto de COVID-19. Además, estimaron que, en las personas de origen no africano, la protección se debía probablemente a la variante neandertal de OAS1. “Nuestro análisis muestra evidencias de que OAS1 tiene un efecto protector frente a la susceptibilidad y gravedad de COVID-19”, señala Brent Richards, investigador en el Centro de Epidemiología Clínica y Profesor de Medicina, Genética Humana, Epidemiología y Bioestadística en la Universidad McGill. “Este es un desarrollo muy emocionante en la carrera a identificar terapias potenciales para tratar pacientes, ya que ya hay terapias en desarrollo preclínico que incrementan OAS1 y podría explorarse su efecto frente a la infección por SARS-CoV-2”. Los resultados del trabajo apuntan a OAS1 como una potencial diana terapéutica para COVID-19 y refuerzan la hipótesis de que la versión neandertal ha sufrido selección positiva por su potencial protección frente a otras pandemias. “Nuestra recomendación es que aquellas medicaciones que inducen un aumento en los niveles de OAS1 deberían ser evaluadas por su efecto en la progresión de COVID-19, de forma que tratemos mejor a los pacientes infectados”, destaca Richards. Entonces, ¿cómo contribuye la herencia neandertal a la enfermedad COVID-19? Desde el inicio de la pandemia de COVID-19 diferentes estudios han abordado la búsqueda de factores genéticos que influyan en la susceptibilidad al virus o el curso de la enfermedad que provoca. Gracias al análisis del genoma de miles de personas infectadas con el coronavirus se han identificado diversos genes relacionados con la respuesta inmunitaria, así como otras regiones del genoma con potenciales genes implicados. Tras investigar si estas regiones o genes incluyen señales de un origen neandertal, las evidencias disponibles hasta el momento apuntan a que la herencia neandertal influye tanto de forma positiva como negativa en la respuesta a COVID-19. Ciertas variantes neandertales que pudieron haber sido seleccionadas positivamente por proteger frente a otros patógenos podrían resultar en una respuesta inmunitaria demasiado agresiva durante la infección por coronavirus. Y otras variantes, seleccionadas por resultar beneficiosas frente a virus de ARN, podrían ser protectoras frente a COVID-19. “Es asombroso que a pesar de que los neandertales se extinguieron hace 40000 años, su sistema inmunitario todavía nos influye de forma tanto negativa como positiva hoy en día”, indica Svante Pääbo. Los resultados sobre el papel de la herencia neandertal en la respuesta a COVID-19 introducen una perspectiva evolutiva a cómo influye el genoma humano en la respuesta a esta enfermedad y contribuyen a identificar potenciales dianas de tratamiento, como OAS1. Estudios futuros proporcionarán nuevas claves sobre el legado genético neandertal y su impacto sobre la biología de los humanos actuales, así como sobre la influencia del genoma humano en la infección por SARS-CoV-2 y su evolución para adaptarse a la presencia de ciertos agentes infecciosos. Artículos científicos: Zhou S, et al. A Neanderthal OAS1 isoform protects individuals of European ancestry against COVID-19 susceptibility and severity. Nature Medicine. 2021. DOI: https://doi.org/10.1038/s41591-021-01281-1 Zeberg H y Pääbo S. A genomic region associated with protection against severe COVID-19 is inherited from Neandertals. Proc of the National Academy of Sciences. 2021. DOI: https://doi.org/10.1073/pnas.2026309118 Zeberg H y Pääbo S. The major genetic risk factor for severe COVID-19 is inherited from Neanderthals. Nature. 2020. DOI: https://doi.org/10.1038/s41586-020-2818-3 Fuentes: A genetic variant inherited from Neanderthals reduces the risk of severe COVID-19. https://www.oist.jp/news-center/press-releases/genetic-variant-inherited-neanderthals-reduces-risk-severe-covid-19 Identification of a protective protein that reduces the severity of COVID-19. http://www.ladydavis.ca/en/newsroomarchive?id=4415

Encuentran perfiles epigenéticos relacionados con la gravedad de COVID-19

Investigadores del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras y el Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge han encontrado que los perfiles epigenéticos de una persona pueden influir en la gravedad de la enfermedad COVID-19. Los resultados del trabajo, publicado en EBioMedicine, abren el camino hacia el desarrollo de nuevos marcadores para predecir qué pacientes tienen un mayor riesgo a presentar una peor evolución de la enfermedad. Desde el inicio de la pandemia de COVID-19 uno de los principales objetivos de la investigación biomédica ha sido determinar por qué unas personas son asintomáticas o presentan formas suaves de la enfermedad mientras que otras desarrollan formas más graves que requieren hospitalización o cuidados intensivos. Factores como tener una edad avanzada, ser hombre o presentar condiciones como la diabetes, la obesidad o la hipertensión contribuyen a definir la gravedad de la enfermedad COVID-19 en cada persona. Sin embargo, no son suficientes para realizar predicciones precisas para cada persona individual. El trabajo dirigido por Manel Esteller, director del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras y Aurora Pujol, jefa del Grupo de Enfermedades Metabólicas del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge, identifica factores moleculares que influyen en cómo va a responder cada persona a la infección por parte del coronavirus SARS-CoV-2. Los investigadores se plantearon si además de los factores genéticos que empiezan a definirse en relación con la gravedad de COVID-19, podrían intervenir factores epigenéticos, mecanismos que regulan la expresión de los genes y la función del genoma sin alterar la secuencia de ADN. Para identificar potenciales biomarcadores epigenéticos, el equipo analizó aproximadamente 850 000 posiciones del genoma susceptibles de ser metiladas, una de las marcas epigenéticas mejor caracterizadas, en muestras de sangre de 407 personas que habían resultado positivas para la presencia del coronavirus y no pertenecían a ningún grupo de riesgo (menores de 61 años sin trastornos autoinmunes, enfermedades pulmonares o cardiovasculares, hipertensión, diabetes u obesidad). A continuación, comparó los perfiles epigenéticos de aquellas personas que no mostraron síntomas, respecto a los de las personas que mostraron formas suaves de la enfermedad o necesitaron hospitalización y respiración asistida. Los investigadores han encontrado 44 posiciones de metilación del genoma asociadas a la gravedad clínica de COVID-19. Entre ellas, 23 se encuentran localizadas cerca de 29 genes conocidos, que incluyen genes que intervienen en la respuesta al interferón, mecanismo implicado en la respuesta del sistema inmunitario a la exposición viral. “Encontramos que existían variaciones epigenéticas en los interruptores químicos que regulan la actividad del ADN en los positivos por el virus que desarrollaban un COVID-19 grave”, indica Manel Esteller. “Estas modificaciones suceden principalmente en genes asociados con una excesiva respuesta inflamatoria y en genes que reflejan una tendencia general a un peor estado de salud. Interesantemente, el 13% de la población mundial presenta esta firma epigenética (EPICOVID), por tanto, es la población de máximo riesgo y a la que hemos de cuidar especialmente”, concluye el investigador. Los investigadores han evaluado el potencial de la firma epigenética formada por el estado de metilación en las 44 posiciones del genoma para predecir la gravedad de la enfermedad en personas infectadas con el coronavirus y han encontrado que la firma EPICOVID, como ha sido denominado el perfil epigenético, muestra una elevada precisión (un 83.5%) para predecir qué personas desarrollarán una forma grave de COVID-19. Los resultados del estudio, primero en considerar los factores epigenéticos en relación con la enfermedad COVID-19, indican que el epigenoma de las personas infectadas con el coronavirus SARS-CoV-2 influye en la gravedad de COVID-19 e identifican un nuevo potencial biomarcador para estimar cómo afectará la enfermedad a una persona infectada con el coronavirus. Además, apoyan la importancia del papel de la respuesta inmunitaria frente al virus mediada por el interferón identificada en otros estudios. La firma molecular epigenética podría tener importantes aplicaciones en el ámbito clínico. “Combinada con otros parámetros genéticos, celulares, serológicos y clínicos podría identificar pacientes que requieren de una monitorización precisa y tratamientos tempranos activos para prevenir la progresión de la enfermedad tanto como sea posible”, señalan los autores en el trabajo. “Con estas herramientas avanzadas de medicina personalizada, tanto del campo de la genómica como del epigenómica, es posible diseñar modelos predictivos que permitan detectar pacientes en riesgo de peor pronóstico y, por tanto, mejorar su tratamiento y evitar el colapso del sistema sanitario”, apunta Aurora Pujol. Además, en un escenario en el que la disponibilidad de vacunas no es absoluta, la firma EPICOVID podría contribuir a identificar a aquellas personas que podrían beneficiarse más de la vacunación. Referencia: Castro de Moura M, et al. Epigenome-wide association study of COVID-19 severity with respiratory failure. EBioMedicine. 2021. DOI: https://doi.org/10.1016/j.ebiom.2021.103339 Fuente: Descubrimiento de factores epigenéticos que predicen la gravedad de la enfermedad COVID-19. https://www.carrerasresearch.org/es/descubrimiento-de-factores-epigen%C3%A9ticos-que-predicen-la-gravedad-de-la-enfermedad-covid-19_178018

marzo 03, 2021

Día de la naturaleza 2021

: ¿Por qué se celebra el 3 de marzo el Día Mundial de la Vida Silvestre? Desde el año 2013, cada 3 de marzo se celebra el Día de la Naturaleza o Día Mundial de la Vida Silvestre, una fecha muy importante proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU). Se trata de una jornada trascendental, ya que recordamos el valor que tiene la fauna y flora en todas las partes del mundo. Este Día de la Naturaleza 2021 es perfecto para concienciar a todos acerca de la extraordinaria diversidad de la vida silvestre y marina que tenemos a día de hoy. Es decir, gracias a este día tomamos conciencia de la biodiversidad del planeta.

enero 14, 2021

Guía para desmentir 24 bulos sobre la vacuna de COVID-19

Jose M Jimenez Guardeño, King’s College London; Alejandro Pascual Iglesias, Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Universitario La Paz (IdiPAZ);Ana María Ortega-Prieto, King’s College London; Francisco Javier Gutiérrez Álvarez, Centro Nacional de Biotecnología (CNB – CSIC); Javier Cantón, Campus Internacional para la Seguridad y Defensa (CISDE) ; José Angel Regla Nava, La Jolla Institute for Immunology yJose Manuel Honrubia Belenguer, Centro Nacional de Biotecnología (CNB – CSIC) Desde el inicio de la pandemia de COVID-19 a finales de 2019 se han contabilizado más de 82 millones de infectados y cerca de 1,9 millones de fallecidos. Hoy, un año después, estamos en uno de los peores momentos de la pandemia y alcanzar la inmunidad de grupo de forma natural no es una opción viable visto el intento de Suecia. Además, el virus no parece que vaya a desaparecer por sí solo. Afortunadamente, por primera vez desde el inicio de la pandemia y gracias al esfuerzo sin precedentes de científicos y laboratorios de todo el mundo, contamos con algo gracias a lo que se ha conseguido vencer a otras enfermedades infecciosas en el pasado: las vacunas. Hasta ahora, gran parte de la gente esperaba la vacuna frente a la COVID-19 con ganas. Sin embargo, ahora que hay varias vacunas aprobadas para su uso y la campaña de vacunación ha empezado ya en varios países, hay ciertos grupos que ven la vacunación con dudas y desconfianza. Tener dudas sobre lo que no se conoce es completamente normal y es uno de los motores que mueve la ciencia. Sin embargo, estas dudas pueden dar lugar a información falsa y bulos que vuelan como la pólvora en las redes sociales de forma mejor o peor intencionada. Por ello, y porque el mejor antídoto frente la desinformación es la información veraz y contrastada, hemos creado la siguiente guía donde damos una explicación a la mayoría de bulos que hemos encontrado sobre las vacunas frente la COVID-19. 1. “Las vacunas de ARN mensajero van a modificar nuestro genoma” Falso. Hasta el momento, y con los conocimientos que tenemos de biología molecular y celular, no hay evidencias de que las vacunas de ARN mensajero puedan modificar nuestro genoma y las razones no son pocas, incluyendo que: El ARN mensajero se degrada muy fácilmente y no le da tiempo a casi nada. El ARN mensajero no llega a encontrarse con el ADN. El ARN de las vacunas no se integra en el ADN. Hasta ahora no se ha encontrado rastro de ningún coronavirus en nuestro genoma. 2. “Se han hecho demasiado rápido” La velocidad a la que se han diseñado, fabricado y administrado las primeras vacunas ha sorprendido tanto que causa escepticismo sobre si son seguras. La realidad es que se han cumplido todos los protocolos y fases habituales en estos procedimientos. Además, todos los resultados de los ensayos clínicos son públicos y se pueden consultar. Las principales razones por las que estas vacunas se han desarrollado más rápido que otras son las siguientes: Existe una gran cantidad de información sobre virus similares. Los coronavirus SARS-CoV-1 y MERS-CoV se conocen desde 2002 y 2012, así como la estructura genética o el papel de las proteínas comunes de los coronavirus. Se están usando prototipos de vacunas preexistentes. Por ejemplo, las vacunas de Oxford o Johnson & Johnson están basadas en adenovirus que se han usado ya en otras vacunas, por ejemplo en la del virus Ébola. Hay solapamiento de las fases clínicas. Se han realizado estudios en paralelo de fase 1 y fase 2 para conocer, entre otras cosas, la dosis ideal de la vacuna y el tiempo que dura la memoria inmunitaria en los voluntarios. Se ha comenzado la fabricación a gran escala de millones de dosis antes de tener la aprobación de las agencias reguladoras. Se ha realizado un inversión económica sin precedentes tanto de instituciones públicas como privadas. Ha sido fácil conseguir miles de ciudadanos voluntarios. 3. “Las vacunas no son seguras” Falso. Las vacunas aprobadas han pasado todo el proceso normal en el desarrollo de una vacuna, incluyendo una fase experimental preclínica en animales y las distintas fases clínicas I, II, y III. Además, después de su aprobación entran en fase IV o de farmacovigilancia, en la que se sigue estudiando su seguridad. Hasta el momento se han vacunado ya millones de personas y no se han detectado efectos adversos de gravedad que pongan en duda su seguridad. 4. “Una enfermera se desmayó justo después de vacunarse” En distintas redes sociales se ha hecho viral un vídeo donde una enfermera llamada Tiffany Dover se desmayó durante una rueda de prensa minutos después de recibir la vacuna de Pfizer/BioNTech en un hospital de Estados Unidos. Incluso hay fuentes que aseguran que la enfermera falleció poco después de vacunarse. Es cierto que la enfermera se desmayó durante la rueda de prensa. Sin embargo, la propia enfermera matizó en una entrevista posterior que padece lo que se conoce como el síncope vasovagal por el cual puede desmayarse en respuesta a un factor desencadenante como puede ser ver sangre, ciertos dolores, ya sea un padrastro, un golpe en el pie, el pinchazo de una vacuna o un elevado estrés emocional. 5. “La vacuna frente la COVID-19 hace que seas positivo por VIH” Hace un tiempo el gobierno australiano anunció la suspensión del desarrollo de una de sus vacunas por falsos positivos de VIH (el virus que provoca el sida) durante la fase 1. Sin embargo, esto no tiene nada que ver con las vacunas aprobadas y tiene una buena explicación: La aparición de falsos positivos de VIH tuvo lugar porque en la vacuna que se estaba desarrollando en Australia utilizaron un pequeño fragmento de una proteína de VIH para dar una mayor estabilidad a la proteína del coronavirus que iba a actuar como antígeno (la proteína S). El problema es que, en este caso, el sistema inmune de los vacunados, además de generar anticuerpos frente la COVID-19, también genera anticuerpos frente al VIH porque reconoce ese pequeño fragmento estabilizador como algo extraño contra lo que hay que luchar. ¿Y generar anticuerpos frente al VIH no sería algo bueno? No realmente, porque se sabe que esa respuesta no sirve para evitar su contagio pero sí podría interferir en el diagnóstico de HIV dando falsos positivos. Finalmente, se darían falsos positivos de VIH porque en estas pruebas el diagnóstico positivo consiste en identificar la presencia de anticuerpos frente a VIH. 6. “Las vacunas contienen células de fetos abortados” Falso. Circulan por las redes sociales diversos vídeos en los que se asegura que se están utilizando células de fetos abortados para investigar vacunas frente a la COVID-19, generando una gran polémica. Sin embargo, la realidad es que para la generación de medicamentos o vacunas no se utilizan fetos ni embriones como tal. Lo que se utiliza en algún momento durante el desarrollo de algunas de estas posibles futuras vacunas contra el COVID-19 son líneas celulares derivadas de tejidos humanos muy concretos de hace décadas (algunas serán derivadas de fetos, otras de diversos cánceres o tumores por ejemplo). Las líneas celulares son células de un único tipo (especialmente células animales) que se han adaptado para crecer continuamente en el laboratorio y que se usan habitualmente en investigación. Esto puede generar confusión, pero es importante destacar que trabajar con una ‘línea celular’ no es lo mismo que trabajar con las células originales. Además, estas líneas celulares se utilizan principalmente en la fase preclínica de la vacuna para hacer algunas comprobaciones en laboratorio. Por lo tanto, ninguna de las vacunas en desarrollo contiene células de fetos abortados. Designed by pch.vector / Freepik 7. “La variante de Reino Unido ha aparecido porque han sido los primeros en vacunarse” Falso. Reino Unido empezó la campaña de vacunación el 8 de diciembre, convirtiéndose en en el primer país occidental en distribuir una vacuna frente a la COVID-19 (la vacuna de Pfizer/BioNTech). Sin embargo, la variante identificada en Reino Unido estaba circulando al menos desde septiembre. Mucho antes de empezar a vacunar. 8. “Si nos han puesto la vacuna ya podemos ir sin mascarilla y hacer vida normal” No. Lo primero es que la inmunización se da en dos etapas (dos dosis) y es necesario completar ambas para tener una inmunización más completa. Lo segundo es que la producción de anticuerpos y respuesta celular tarda un tiempo en darse. Además, este tiempo de latencia varía entre poblaciones e incluso de forma individual. Por ello, no debemos considerarnos inmunes frente al virus antes de tiempo y exponer a otras personas al virus. Por otro lado, hasta el momento, lo que se ha descrito es que las vacunas pueden prevenir los síntomas de la COVID-19, especialmente los más graves, pero no se ha mirado en profundidad si la vacunación puede prevenir la infección. Por lo tanto, lo que sabemos hasta ahora es que al vacunarnos estamos protegidos de la enfermedad pero podemos infectarnos e infectar a otros. Por eso es importante continuar con las medidas de protección: mascarilla, lavado de manos, distancia de seguridad y buena ventilación, sobre todo este primer año de vacunación. 9. “¿Para qué vamos a vacunarnos si no protege de la infección y podemos seguir contagiando?” Hasta el momento no se sabe si protege de la infección pero sí se sabe que evita las formas más graves de COVID-19. Para muchos esto puede parecer poco pero es un paso muy importante. Prevenir los síntomas más graves de la enfermedad puede prevenir que el sistema sanitario se colapse y así evitar muchas muertes. Además, el hecho de que no se haya estudiado todavía si la vacunación protege de la infección no significa que no lo haga. Se ha visto en diversos modelos animales que algunos de los candidatos a vacuna pueden proteger de la infección. 10. “Las farmacéuticas llevan los procesos en secreto y no publican los datos” Falso. El desarrollo de las distintas vacunas aprobadas hasta el momento ha pasado un proceso riguroso donde se han publicado absolutamente todos los datos de cada una de las etapas que se han llevado a cabo. Hemos tenido de todo, incluyendo notas de prensa, informes detallados y artículos publicados en revistas de prestigio. Aquí podemos consultar los datos de las vacunas de Pfizer/BioNTech, Moderna y Oxford/Astrazeneca. 11. “Vacunarnos puede provocarnos COVID-19” Falso. Los efectos adversos de la vacunación son los habituales en estos tratamientos: fiebre, dolor articular o cansancio. Son también algunos de los signos y síntomas inespecíficos de la COVID-19, obviamente en mucho menor grado. Además, las vacunas aprobadas solo utilizan ciertos genes o proteínas del virus para generar una respuesta inmunitaria. Por lo tanto, no existe la posibilidad de que podamos infectarnos simplemente con la vacuna. 12. “Las vacunas no sirven porque hay gente que se vacuna y aun así se infecta” Para tener una mayor protección con las vacunas aprobadas es necesaria la aplicación de dos dosis con un intervalo de tiempo. Por ejemplo, la primera dosis de la vacuna de Pfizer confiere protección frente a una COVID-19 severa del 52,4%, y aumenta hasta el 95% después de la segunda dosis. Además, el organismo necesita siempre unos días desde la vacunación hasta que se genera la respuesta inmunitaria. Por lo tanto, las personas pueden infectarse en esa ventana temporal entre las diferentes dosis y además siempre existirá ese 5% en el que la vacuna no es efectiva. Un número muy bajo en comparación con el 95% de las personas que estarán protegidas. 13. “Si nos vacunamos podemos quedarnos estériles” Falso. Hasta el momento no hay evidencias científicas de que ni el virus ni la vacuna interfieran con el metabolismo hormonal a niveles peligrosos ni el desarrollo de tejidos necesarios para la reproducción. 14. “Los científicos usan mucho la frase ‘no hay evidencias’ porque no tienen ni idea” Falso. En ciencia se utiliza la frase “no hay evidencias”, “los resultados sugieren”, “es posible que”, “parece ser que” porque los científicos hablan sobre lo que se conoce y no se basan en opiniones o creencias. Por poner un ejemplo: “¿Es posible que mañana el sol estalle en mil pedazos y destruya toda la vida conocida? Pues hasta el momento no hay evidencias científicas de que eso vaya a pasar”. 15. “Nos quieren usar como cobayas” Falso. Las vacunas han pasado todas las fases necesarias para la evaluación de su seguridad de forma satisfactoria. Además ya se ha vacunado a millones de personas y no se han encontrado efectos adversos que hagan dudar de su seguridad. 16. “Con la vacuna te implantan un chip” Falso. En algunas redes se comenta que Bill Gates va poner un chip en la vacuna que permitirá el rastreo de personas. Este bulo tiene su origen en un vídeo en el que Bill Gates habla de la posibilidad en el futuro de usar certificados digitales con algunas vacunas usando micropartículas, algo que no tiene nada que ver con ningún microchip. Además, en la actualidad no es posible la implantación de ningún chip con la vacuna. Aparte del componente principal (ARN mensajero), la vacuna consta de sales, lípidos y azúcares. 17. “No tengo que vacunarme porque ya he pasado la enfermedad” Falso. Los diversos grupos de investigación todavía no tienen datos suficientes para responder cuánto tiempo dura la protección de quienes desarrollaron anticuerpos después de pasar la enfermedad. 18. “La vacuna tiene luciferasa” Falso. Las luciferasas son proteínas muy usadas en los laboratorios porque son inocuas y tienen la capacidad de brillar bajo ciertas condiciones. En general, sirven para visualizar mejor las reacciones cuando se realizan experimentos en el laboratorio porque son muy fáciles de detectar. Sin embargo, ninguna de las vacunas aprobadas contiene luciferasas. 19. “Es mejor esperar a ver qué pasa” Falso. El beneficio de la vacuna supera con creces el riesgo de tener algún efecto adverso. La probabilidad de que nos infectemos con el virus contagiando a otros, enfermemos y desarrollemos síntomas graves de la COVID-19, llegando incluso a fallecer, es mayor que los posibles efectos secundarios que pueda tener la vacuna. En este caso no se cumple que “el remedio vaya a ser peor que la enfermedad”, de ahí que sea tan importante que nos vacunemos, para protegernos nosotros y a nuestros seres queridos. 20. “El 5G es el causante del coronavirus y se va a agravar con la vacuna” Falso. Durante la pandemia se compartió que los países con mayor número de antenas 5G era donde más incidencia había de COVID-19. Esto se desmintió poco después porque no se vio esa misma correlación en países asiáticos ni africanos. De hecho, el 5G resulta un progreso muy importante en la práctica médica en vez de un inconveniente para nuestra salud. 21. “¿Para qué vacunarnos de un virus que ‘solo’ mata al 1% de los infectados?” Visto así, un 1% puede no parecer mucho pero es un número enorme cuando hablamos de vidas y de millones y millones de personas infectadas. ¿Nos meteríamos en una habitación con otras 99 personas sabiendo que una va a fallecer al instante? Hablar sobre números es fácil cuando no nos afecta directamente. 22. “Nadie cuenta la ‘receta’ de las vacunas” Falso. Debido a la reciente y comprensible inquietud de la población sobre la seguridad de la vacuna, las compañías y la FDA han hecho públicos todos los componentes de la vacuna como si de una lista de ingredientes se tratara para que todo el mundo pueda consultarla. Aquí podemos encontrar un resumen de los ingredientes de las principales vacunas o aquí los ingredientes de la vacuna de Pfizer. En resumen, aparte del componente principal (ARN mensajero por ejemplo), la vacuna consta de sales, lípidos y azúcares. 23. “Las vacunas no sirven porque el virus está mutando” Falso. Es cierto que los virus mutan porque es la forma que tienen de evolucionar. Sin embargo, los coronavirus son de los virus de ARN que menos mutan porque tienen actividad correctora de errores que los va corrigiendo cuando el virus se multiplica. Aun así, las mutaciones y variantes son muy habituales y van a seguir apareciendo variantes nuevas. Las vacunas que están disponibles hasta el momento se basan en la proteína S (Spike) completa del SARS-CoV-2. Dentro de esta proteína hay varios sitios que provocan la respuesta inmunogénica. Una variante con un cambio puntual, puede que cambie uno de estos sitios, pero no todos. La vacuna cubre más zonas y seguirá siendo efectiva dentro de los rangos requeridos. Además, no siempre las mutaciones dan lugar a la aparición de variantes serotípicas. Es decir, que aunque tengan una secuencia diferente, esos cambios no son lo suficientemente grandes o importantes como para que nuestro sistema inmunológico lo reconozca como algo distinto, como un serotipo nuevo. Hasta la fecha no se han identificado serotipos distinos del virus de la COVID-19, pero hay que estar atentos por si en algún momento ocurriera. De ser así, simplemente habría que actualizar las vacunas. 24. “Si las mascarillas y el distanciamiento social son eficaces ¿para qué vacunarnos?” Las medidas de protección son indispensables para disminuir la probabilidad de contagio pero no son suficientes para evitar que el virus siga infectando. El objetivo de las vacunas es generar una inmunidad de grupo que nos permita volver a la normalidad, algo que no se consigue a través de las medidas sanitarias.The Conversation Jose M Jimenez Guardeño, Investigador en el Departamento de Enfermedades Infecciosas, King’s College London; Alejandro Pascual Iglesias, , Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Universitario La Paz (IdiPAZ); Ana María Ortega-Prieto, Postdoctoral research associate, King’s College London; Francisco Javier Gutiérrez Álvarez, Postdoctoral research fellow, Centro Nacional de Biotecnología (CNB – CSIC); Javier Cantón, Profesor de Biotecnología de Coronavirus, Campus Internacional para la Seguridad y Defensa (CISDE) ; José Angel Regla Nava, Scientific Research. Emerging viruses, La Jolla Institute for Immunology y Jose Manuel Honrubia Belenguer, Investigador, Centro Nacional de Biotecnología (CNB – CSIC) Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.